Después de arrojar un cebo especial a las aguas, toda la zona se llenó de voraces tiburones que comenzaron a atacarlo.Las escenas que siguieron evidenciaron la crueldad y fuerza de los escualos. Con gran violencia intentaban
cercenar el cuerpo del hombre rana, y en su furia mordían los barrotes, perdiendo dientes en el intento.
Entre el buzo y la muerte sólo estaban los barrotes de la jaula.
El Señor me mostró con claridad que debemos estar siempre revestidos de
la armadura divina. Así nos ataca el enemigo: con furia y fuerza.
Si nos cubrimos con la armadura de Cristo, se romperá los dientes sin conseguir tocarnos.
Salmos 3:3
Mas tú, Dios, eres escudo alrededor de mí:
Mi gloria, y el que ensalza mi cabeza.
Salmos 18:2
Roca mía y castillo mío, y mi libertador;
Dios mío, fuerte mío, en él confiaré;
Escudo mío, y el cuerno de mi salud, mi refugio.
Salmos 91:4
Con sus plumas te cubrirá,
Y debajo de sus alas estarás seguro:
Escudo y adarga es su verdad.
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