De repente, de la nada, había brisa. No la sentí mucho, pero la escuche como un silbido en mi oído. ¿De dónde había salido? Había estado ahí todo el tiempo, solo que no me había percatado de ella. Durante ese rato en que la brisa caía sobre mi espalda, no lo escuche ni la sentí. Pero tan pronto me volví al lado contrario, de inmediato mis oídos sintieron su presencia.
Lo mismo ocurre con Dios.
Cuando le damos la espalda, debido a que procuramos nuestros intereses, deseos y vivimos la vida de la manera como pensamos que debe vivirse, estamos menos consciente de su presencia. El esta ahí, pero nosotros no nos percatamos de ello. Una vez que comenzamos a darle prioridad a nuestras vidas en torno a sus valores y principios, es como si el reviviera ante nosotros. Surge un sentido pronunciado de la realidad de Dios. Pero, repito, ese sentido de su presencia esta reservado para aquellos que se vuelven hacia su dicción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario